Foto de Armand Khoury. |
El otro día escuchaba a una
psicóloga hablar sobre el apego al sufrimiento y recordaba varios momentos
donde quise restablecer relaciones donde sufrí. No hablo sólo de relaciones
amorosas, pues no son los únicos vínculos que generan dolor. Muchas veces uno
desea intentar restablecer relaciones de amistad o familiares. ¿Qué nos hace
querer volver ahí? El apego al sufrimiento. Y no es que seamos seres
masoquistas que nos guste sufrir. En lo absoluto. No se trata de eso. Si se
tratara de eso, sólo pensaríamos en los momentos tristes que vivimos en esas
relaciones. La realidad es que lo que hacemos es enfocarnos en los momentos
felices, como si el dolor que sentimos en su momento, no tuviese ninguna
importancia. Si no es por masoquista, entonces ¿por qué es?
La identidad de cada uno está
construida en base a los vínculos que establecemos. Desde que nacemos hasta que
morimos nuestra identidad cambia, en la medida que cada una de las relaciones
que construimos va agregando algo a la persona que somos. A veces son cosas
pequeñas, como pasatiempos, y otras veces son cosas grandes, como cuando
alguien te ayuda a ser más responsable u ordenado. Somos en la medida que otros
son con nosotros. Quien soy tiene relación directa con quien es el otro conmigo
y quien soy yo con el otro cuando estoy con él. No somos los mismos en las distintas
relaciones que establecemos. Yo no soy la misma persona cuando estoy con
pacientes, como cuando estoy con amigas o cuando estoy con mis padres. Y no es
que tenga máscaras para relacionarme con los demás, es que hay instancias donde
soy más extrovertida, otras donde tengo que ser más seria, y así voy mostrando
distintas facetas de mí, dependiendo de con quien esté.
¿Qué tiene que ver esto con el
apego al sufrimiento? Muchas veces no queremos soltar aquellas relaciones que
nos dañaron porque tememos dejar ir la persona que fuimos. Pensamos que una
parte de nosotros dejará de ser. Por lo mismo, sólo recordamos los momentos
buenos que tuvimos con el otro. Creemos que, al volver a ese vínculo, seremos
esa persona que fuimos en esa relación. Pensamos que nos sentiremos igual de
felices como nos imaginamos en nuestra mente. Lo que olvidamos es que no
estamos solos en esa relación, hay otro en la diada, y ese otro no siempre será
como en nuestra imaginación nos gustaría. Incluso, lo más probable, es que el
otro sea el mismo. Y que aquellas circunstancias que desencadenaron el quiebre,
vuelvan a surgir, porque en el fondo nada ha cambiado, seguimos siendo los
mismos.
Aunque nos duela, aunque nos
genere tristeza y llanto, muchas veces hay que soltar y dejar ir. No sólo
despedirse del otro, sino también de quien uno fue en ese vínculo. Aunque nos
dé miedo, dejar ir una parte de nosotros mismos es la mejor opción. Dejar de
ser alguien no significa necesariamente algo negativo, quizás aquella parte de
mí que se fue, será reemplazada por algo mejor. Cuando pienso en esto recuerdo un
versículo bíblico que predicó mi abuelo una vez:
Mi abuelo me explicaba que las águilas son aves que atraviesan un proceso de renovación. Ellas se aíslan en una montaña alta y pasan aproximadamente 5 meses ahí. Esto lo hacen porque hay un momento donde sus alas se convierten en algo muy pesado, se encorvan y debilitan sus uñas y su pico ya no le sirve, por lo que, tienen que arrancarse parte de estos para que se regeneren. Esto genera mucho dolor y tarda harto tiempo, pero después de todo el proceso, salen renovados, con más fuerza y energía.
Eso mismo puede pasar con nosotros si atravesamos el proceso de dolor
que nos genera un quiebre: saldremos renovados.
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