Foto de Marjan Blan. |
Estábamos en junio, pleno invierno en Chile, la cantidad de contagios aumentaba y de pronto, el virus ingresó a mi casa. Aún recuerdo que estábamos jugando carioca (un juego de naipes) con mis papás y empezamos a percatarnos que a mi papá se le cerraban los ojos, se notaba muy decaído. Esto sucedió de un momento a otro. En el día había ido a trabajar, participó del culto, pero después su energía se desvaneció. Enseguida empezamos a pensar que podría haberse contagiado. Después de unos pocos días confirmamos lo que temíamos. Mi papá se había contagiado de Covid-19.
La primera reacción fue organizar la casa. Mi padre se aisló junto a mi mamá, mientras que yo me dediqué a cuidarlos. Hubo días tranquilos y otros en que en plena madrugada debimos arrodillarnos para clamar a Dios. Ahí estaba yo detrás de una puerta orando, mientras mis padres estaban al otro lado clamando para que Dios tuviera misericordia. Gracias a Dios, mi padre nunca tuvo que asistir a un servicio de urgencia y aun lo tenemos con nosotros.
Isaías 43:2 | Reina Valera 1960
Este versículo bíblico leía el predicador el domingo, y fue el que me hizo recordar la situación de mi papá.