Tengo tres hijos hermosos, de veinte, quince y trece años,
dos varones y una nena en ese orden respectivamente.
Dios es testigo del amor que siento por ellos. Solo de
pensar que algo les pase, se me corta la respiración.
Mi hijo mayor se dice ateo, ya se imaginarán lo que
significa para una madre cristiana tal confesión.
Mis hijos menores aceptaron a Cristo hace alrededor de un
año, quedaron a punto de bautizarse.
Muchas cosas pasaron en los últimos meses, donde se ha hecho
palpable la protección del Padre celestial sin embargo ellos se han distanciado
de las cosas del Señor. Debo confesar que muchas veces hice uso de mi autoridad
como mamá para obligarlos asistir a la iglesia, a orar conmigo o a estar
presentes en una reunión de alabanzas.
Un día leí que “no nos ganamos a las personas desde la
imposición sino desde el amor”, entonces empecé a cuestionarme y a sentirme
responsable del distanciamiento de mis hijos para con Dios. Le pedí perdón a
Dios si acaso era mi culpa y le pedí sabiduría y guía al Espíritu Santo para
ser lámpara en sus vidas.
Había optado por no hablarles de la palabra, pero abunda en mi corazón y es
lo que sale de mi boca, al punto que ellos se quejan de eso, me dicen: “¿no
puedes hablar algo que no digas la biblia dice?”.
Vino a mi mente el versículo de Proverbios 22:6 “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se
apartará de él.”. Por lo que decidí volver a
reunirme con ellos cada día para compartir un versículo y meditar en él, además
aprovecho cada evento de la vida cotidiana para enlazarlo con la escritura,
porque la palabra no regresa vacía.
Hace un par de días mi hija se me acercó para contarme
algunas cosas y la escuchaba atentamente. Disfruto oírla, al terminar su relato,
le comenté mi punto de vista al respecto. No desaproveché el momento para hablarle
de Dios y animarla a que, cultive una vida de oración, diciéndole: “Habla a
diario con Dios así como hablas conmigo”. Se me quebró la voz porque la
verdad es que ella casi no conversa conmigo. Vio mi reacción y de inmediato
cambié mi sugerencia diciéndole: “Corrijo, habla con Dios del mismo modo que me
gustaría que conmigo. Yo siempre estuve, estoy y estaré para ti, al igual que
Dios.