Desde niña creí que me casaría a los 27 años ¿por
qué pensaba de esa forma? Porque a la primera boda que asistí fue a la de una
prima, ella tenía 27 años.
Recuerdo que en esa época siempre me gustaba alguien, incluso
muchachos que no conocía, me gustaban solo porque me parecían lindos. Este hábito me siguió hasta la universidad. Nunca
tuve novio (o pololo como decimos en Chile). Me titulé de la universidad,
siguieron pasando los años, seguía sola. Pero a medida que pasaban los años y
alguien me preguntaba si tenía novio y respondía:
—No,
no tengo.
—¿Pero
cómo? ¿Por qué estás sola?
Ese tipo de situaciones me hacían sentir pésimo. Cuando
tenía 29 años, después del fallecimiento de mi madre, tuve una relación de tres
meses. A él nunca lo quise, éramos agua y aceite, no teníamos nada en común. Solo
inicié esa relación para no estar sola, extrañaba mucho a mi mamá, no quería
enfrentar su pérdida. Ha sido una de las cosas más egoístas que he hecho.
Pasé a mi tercera década de vida. Mis treinta comenzaron
como pesadilla, porque agregado a la conversación que cité unos párrafos más
arriba se sumó la frase:
—Tienes
que ponerte las pilas, o si no te dejará el tren. (lee en las recomendaciones
de la semana de qué se trata esta frase, si es que no lo sabes).
Esta situación se volvió tan repetitiva que me hizo sentir
incluso poca mujer. Cuando paraba la conversación, obviamente porque me sentía
mal, se volvía peor:
—Por
eso estás sola, eres muy enojona.
—Si
sigues así de exigente te volverás una solterona.
A los treinta y un años, mi salud comenzó a empeorar de a
poco, comenzó con una hernia en la columna. Por recomendación médica comencé asistir
a un gimnasio. Absurdamente pensé que al mejorar mi figura sería más atractiva
para los hombres, que eso haría que ya no estuviera sola. Nunca pensé en mi
valor como ser humano, o como dijo Daniel Habif: “que tu mejor escote sea tu
cerebro”. No sabía mi valor, se lo di a mi cuerpo ¡error fatal!
Por su puesto, seguí sola. Incluso algunos hombres llegaron
a decirme que no salían conmigo porque yo soy de las mujeres con las que hay
que casarse.
Pasó más tiempo, a los treinta y dos años caí en una depresión
muy fuerte, tuve casi dos años de tratamiento psicológico. Me di por vencida. Renuncié a tratar de
agradarle a los demás, renuncié a buscar una pareja para mi vida y me enfoqué
en solo buscar a Dios.
Mantengamos
firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa.
Hebreos
10:23 | NVI
Comencé a congregarme en la iglesia de un amigo (lee un
guest post que él escribió, encuentra el link en las recomendaciones de la
semana). Él me invitaba constantemente y no iba por cualquier excusa.
Hasta que acepté en diciembre, porque ese era el tiempo de Dios ¿A qué me refiero con eso?
Después de muchos años, en esa iglesia encontré amigos rápidamente, fueron dos muchachos que
me acogieron de inmediato, uno fue compañero en la música y otro en filosofar
de la vida amarrando todo a la palabra de Dios. Pasaron dos meses, ya estábamos
viviendo el año 2013. Mi amigo, el del guest post, me presentó a su amigo Ernesto,
el que me dijo un indiferente:
—Hola —acompañado de gesto que no
me gustó nada, porque ni me miró.
—Hola —respondí con mis labios, pero
mi pensamiento enojado fue “que pesado”.
Comenzaron a pasar los meses, finalmente ese “pesado”
llamado Ernesto se volvió mi amigo. En abril de ese año cumplí 33 años. Con mi
nuevo y flamante amigo, que no era nada de pesado, pasábamos casi todo del día conversando,
cuando llegaba la hora de dormir seguíamos por el chat. Llegó junio y salimos,
fue nuestra primera cita. Él comenzó ayudarme en oración, en conversaciones con
verdadero significado, retomé la música, íbamos a los ensayos del coro de la
iglesia juntos, me ayudó en mi tratamiento psicológico. Me conoció en uno de las
peores etapas de mi vida, pero aun así me amó. Este hombre actualmente es mi
esposo, mi amado esposo.
Porque
yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de
bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.
Jeremías
29:11 | NVI
Crecí pensando en algo ideal, con una fecha culmine “cuando
tenga 27 me casaré”, pero el tiempo de Dios era diez años más tarde, sí, me
casé cuando tenía 37 años. Ese el tiempo exacto, ese era el tiempo de Dios.
Miro hacia atrás, veo las frustraciones y malas decisiones
que tomé, a veces con vergüenza. Pero desde que inició el tiempo de mi amor con
mi esposo, eso cambió. Los momentos sencillos, comer un sándwich, los cortos mensajes de texto
deseando un feliz día, las oraciones que realizamos juntos, eso era todo lo que
necesitaba. No necesitaba ser la poseedora de un cuerpo perfecto, no necesitaba vestir de trajes
formales caros, ni belleza física. Ya tenía todo lo que necesitaba y vivía sin
verlo. Pensaba que debía ser cosas que no era, y debía ser las muchas cosas que
sí tenía, incluso escondidas, tenía que ser como Dios me había creado. Solo tenía que
confiar, entregarme a Él, buscarle. Al hacerlo, me encontré a mi misma. Encontré
a personas realmente valiosas que hasta ahora son mis amigos y hermanos en la
fe, porque se cumplió su palabra, la palabra de Dios en mí.
Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas.
Mateo
6:33 | Reina-Valera 1960
Dios cumple, pero no es cuando quiero. El ideal es cuando Él
quiere.
QUERIDO LECTOR, ESTA SEMANA TE RECOMIENDO
Diccionario Urbano
“La frase “Se te pasó el tren” es una expresión
coloquial que se refiere a que hombres y mujeres (sobre todo mujeres) llegan a
cierta edad en la que “debían” haberse casado, pero no lo han hecho. Entonces,
según alguien, a estos hombres y mujeres «se les está pasando el tren».”
Fuente: AsuntosDeMujeres.com
Lectura Bíblica
Podcast
Guest Post
Felicidad por Jaime Loncón Jaque.
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Dios te bendiga.