Foto de Sharon McCutcheon. |
En la sociedad en la que vivimos, muchas veces cuesta mantener una autoestima adecuada. Uno prende la televisión, ve mujeres altas, con piel impecable y cuerpos esculturales. Aparecen hombres altos, musculosos y llenos de bienes materiales. Cuesta no seguir el impulso de compararse, y lamentablemente cuando se cae en esta conducta, generalmente salimos perdiendo. En el mundo en que vivimos, donde la apariencia y los bienes parecieran ser lo trascendental, cuesta mantener una buena autoestima y una seguridad en sí mismo(a).
Hablábamos la semana pasada con
respecto a la depresión. Uno de los síntomas de esta enfermedad es la sensación
de inutilidad, donde la persona siente que no tiene un valor. Sucede algo muy
parecido en los trastornos de la conducta alimentaria, como es la anorexia y
bulimia nerviosa. En este caso, la persona se relaciona de forma negativa con
la comida y con su cuerpo, atravesando períodos donde no consume ningún tipo de
alimento o consume en exceso, como es el caso de la bulimia, para
posteriormente buscar una forma de eliminar del organismo lo consumido. Detrás
de esta conducta, el pensamiento que hay es: no soy suficiente… La frase se puede terminar de varias formas, no
soy suficientemente: bella, delgada, popular, genial, etc. Independiente de
cómo se culmine la frase, el sentimiento es el mismo. Hay una meta que
alcanzar, que es la expectativa de la persona con trastorno alimenticio, la
cual haga lo que haga, no logra alcanzar.
Muchas veces como cristianos
cargamos con el sentimiento de no ser suficiente, lo cual nos lleva a tener una
autoestima baja. En ocasiones, los comentarios de las personas que nos rodean,
no son un beneficio, ya que, más que ayudarnos a surgir y sentirnos mejor, nos
desalientan, dejándonos más cerca del suelo. Pero Dios, como siempre, nos
alienta y nos brinda un lugar muy especial.
Dice el libro de Santiago que
para Dios somos sus primicias. Si uno va al antiguo testamento, las primicias
eran santas y pertenecían a Dios, como, por ejemplo, los primogénitos, los
primeros productos de la viña, de la huerta y del campo. Todas aquellas cosas
se consideraban sagradas, y por lo mismo, se apartaban para Dios. Las personas
seleccionaban lo más bello e incólume para presentarlo ante Dios como
primicias. Con eso nos compara el libro de Santiago, con aquello más precioso
para Dios. Quizás no cumplimos las expectativas sociales. En algunos casos, ni
siquiera las familiares o personales. A pesar de eso, Dios nos trata como su
tesoro más significativo, porque el valor que tenemos para él es incalculable.
Hay una alabanza del himnario pentecostal llamada “Oh amor de Dios”, la cual dice: “¡Oh amor de Dios! Brotando estás, inmensurable, eternal, por las edades durarás inagotable raudal”. La palabra inmensurable se refiere a que no se puede medir. El amor que Dios tiene hacia sus hijos no se puede dimensionar, es eterno e inagotable. Independiente de la contextura física, del color de piel, de los proyectos no alcanzados, de las expectativas no cumplidas, para Dios sigo siendo su mayor figura de amor, sigo siendo lo más hermoso y él me sigue amando día a día, porque su amor no tiene comparación. Por lo tanto, no importa para qué o quién no seamos suficiente, para Dios ya lo somos.
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