jueves, 8 de octubre de 2020

Cristo Freudiano

Foto de Ian
Recuerdo que cuando estaba en enseñanza media (también conocida como educación secundaria), se produjo la típica conversación con mis padres: ¿Qué estudiaría cuando entrara a la universidad? En ese momento, yo tenía muchas opciones en mente, debido a que me gustaba leer novelas y artículos históricos, pero tenía grandes habilidades matemáticas. Dentro de mis posibilidades estaba estudiar Ingeniería en Informática, Pedagogía, Historia y Psicología. Mi padre me pidió que no estudiara lo último. Su gran temor era que me volviera atea. Aquí estoy, siendo psicóloga y la fan n°1 de Dios.

Desde que entré a la universidad mi trabajo ha sido unir mi fe con la ciencia. ¿O debería decir con la psicología? A lo largo de los años, he descubierto que a los creyentes no les cuesta aceptar la idea de un médico cristiano, o cualquier otro profesional de la salud. Incluso hasta los psiquiatras creyentes son más aceptados. Pero cuando hablamos de psicólogos(as), la cosa se pone compleja. La mayor parte de las veces esto sucede por ignorancia; no siempre los creyentes saben qué hacemos los psicólogos. Esta situación se pone aún más interesante cuando uno se da cuenta que no todos los psicólogos son psicoterapeutas. Por si no lo sabía, no todos los psicólogos atienden pacientes. Pero, adentrarnos en esto nos llevaría mucho tiempo, y sería algo innecesario. Lo trascendental es el descubrimiento que hice: A Dios le preocupa mi salud mental, tanto como mi salud física y vida espiritual.

Uno de mis libros favoritos de la Biblia es Job. Si hay un pasaje que me ha marcado es Job 16:12, el cual dice:

 

Próspero estaba, y me desmenuzó; Me arrebató por la cerviz y me despedazó, y me puso por blanco suyo

Job 16:12 | Reina-Valera 1960

 

La razón por la cual me gusta tanto este versículo es porque me recuerda que Dios permite que sus hijos vivencien situaciones que los pueden afectar emocionalmente, llevándolos a una depresión, como fue el caso de Job, o a algo mayor.

Dios permitió que Job lo perdiera todo; perdió a su familia, bienes, posición social, salud, calidad de vida, incluyendo su tranquilidad. Tuvo amigos en el proceso que más que brindarle una esperanza, le recordaban constantemente que lo que estaba viviendo era producto de su pecado. Pero Dios permaneció incondicional acompañando en silencio a Job, hasta que llegó el momento donde intervino y restauró su vida, dándole mucho más de lo que había perdido. Dios no sólo restauró los bienes, ni la salud física de Job. Si uno lee el último capítulo, versículo 10, puede darse cuenta que Dios restauró su salud mental; él quitó su aflicción.

Cuando leí eso, comprendí que Dios es mucho más que lo que creemos conocer. Así como Dios permite que uno de sus hijos tenga diabetes, cáncer o sea víctima de un asalto, Dios permite que sus hijos atraviesen períodos de aflicción. Así como un hijo de Dios puede tener una enfermedad terminal, también puede tener un trastorno de ansiedad, esquizofrenia o puede ser víctima de un abuso sexual o maltrato. Si Job siendo justo y haciendo lo correcto delante de Dios, tuvo una afectación psicológica ¿Por qué yo no?

Mi anhelo es ir escribiendo y reflexionando sobre el rol que Dios tiene en la salud mental de sus hijos, y cómo Él siempre se preocupa por cada situación que nos pueda estar afectando. De ahí nace el título Cristo freudiano; unir la fe cristiana con la psicología.

 

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