martes, 9 de marzo de 2021

8M

Foto de Dulcey Lima.
El día de ayer, 8 de marzo, se conmemoraba el Día Internacional de la Mujer. Utilizo la palabra conmemorar, y no celebrar, porque el origen de esta fecha está vinculada a la muerte de mujeres. No creo que la muerte sea algo para festejar.  

Aunque el rubro comercial ha fomentado que este día se vincule a compras y regalos, otros grupos sociales lo han utilizado para visibilizar la discriminación hacia la mujer y todas las conductas que esto conlleva. Como una psicóloga que fomenta la igualdad de género, aprovecharé esta oportunidad para aportar a este objetivo. 

En el año 1993, la ONU tipificó por primera vez la violencia hacia la mujer, como un tipo específico de violencia, definiéndola como todo acto de maltrato basado en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la vida privada.


Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús
Gálatas 3:28 | Reina Valera 1960 (RVR1960)

Hay algunas personas que creen que la violencia hacia la mujer sólo se trata de golpes, violación sexual o gritos. Aunque esto es maltrato, no es la única manifestación. Existe una imagen conocida como el iceberg de la violencia de género, donde muestran formas invisibles que también se consideran violencia. Por ejemplo, la humillación, desvalorización, desprecio, humor y publicidad sexista, anulación, entre otros. Todos estos actos aportan, como un grano de arena, al maltrato visible, como son las amenazas, insultos e incluso, asesinatos.

Lo que hay detrás de cada acto de violencia de género es una percepción inferior de una persona con respecto a la mujer. En general, me molesta mucho cuando veo este tipo de actos, pero me desagradan aún más cuando los veo dentro de una congregación religiosa. El mismo Dios enseñó a través del libro de Gálatas que todos éramos iguales. El objetivo de esta carta es enseñar que la salvación es algo universal, sin importar sexo ni nacionalidad. Dios nos ha extendido a todos y todas la misma posibilidad de ser salvos y, en consecuencia, de ser sus hijos e hijas. No existen hijos que sean superiores, todos somos iguales. Como hijos de Dios, deberíamos reflejar lo que nuestro Padre nos ha enseñado, incluyendo la importancia de la igualdad que existe entre sus hijos e hijas.

La violencia de género se origina por la desigualdad entre hombres y mujeres. Por lo mismo, es tan importante fomentar la igualdad, en todas las áreas posibles, desde el ámbito privado hasta el público. El año pasado, el Centro UC realizó un estudio sobre el empleo en tiempos de pandemia. Dentro de esta encuesta, se integraron algunas preguntas con respecto a la ejecución de labores domésticas por parte de hombres y mujeres en su hogar. Resultó que existía un 38% de hombres que dedicaban cero horas semanales a la realización de estas actividades. Si no la hacían ellos, ¿Quiénes las hacían? Hay una alta probabilidad de que la respuesta sea una mujer. ¿Esto es igualdad? No lo creo. 

Si hay desigualdad en el espacio privado. ¿Cuánto más en el público? Pensemos en los diferentes espacios a los cuales mujeres no han podido acceder sólo por el hecho de pertenecer a este sexo. Incluso, lo invito a analizarlo desde la entidad religiosa en la cual usted participa. ¿Qué cosas pueden hacer mujeres y qué cosas pueden hacer hombres? Tomamos versículos bíblicos para defender esta desigualdad, muchas veces hasta sacándolos de contexto. He escuchado a personas citando 1 Timoteo 2:11 que dice la mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. La Biblia está escrita en un contexto histórico; si dejamos eso de lado, vamos a caer en el error de malinterpretar lo escrito por Dios. El contexto de este pasaje se basa en la cultura que tenían los judíos, quienes debían enseñar a sus esposas e hijos la palabra de Dios, ya que, ellas no tenían acceso a los mismos espacios religiosos que los hombres. Si uno analiza las partes del tabernáculo se da cuenta de esto, ya que, existía el patio de las mujeres. Que se haya realizado esto en ese tiempo, por la cultura que había, no quiere decir que debamos mantener la tradiciones culturales. 

Quizás nuestra percepción es que la igualdad no debería entrar a las iglesias, porque Dios estableció que el hombre estuviera por sobre la mujer. O que es mejor que los hombres tengan tareas distintas que las mujeres, porque el feminismo está mal y no debemos permitir que entre a las iglesias. Frente a esto, lo único que puedo hacer es invitarlo a reflexionar con respecto a las consecuencias que genera la violencia hacia la mujer. Le expongo unas cuántas: dificultades en los distintos organismos del cuerpo (originado por el maltrato físico), síntomas depresivos y/o ansiosos, problemas de autoestima, ideación suicida, uso y abuso de alcohol y otras drogas, muerte (sea por suicidio o por feminicidio), aislamiento social, reducción en las posibilidades de obtener un trabajo, menor ingreso económico, entre otros. 

Teniendo en cuenta esto ¿Es razonable mantener la desigualdad? ¿No estará causando muchas consecuencias en sus hermanas en la fe como para seguir manteniéndola? ¿Hay algo que yo o usted podría hacer para evitar esto? ¿Qué podría hacer usted para disminuir la desigualdad?

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