jueves, 25 de febrero de 2021

El Verbo se hizo carne

Foto de Neal E. Johnson.

El agua es agua y otras cosas al mismo tiempo. El agua en estado gaseoso es vapor que uno encuentra en las nubes, pero sigue siendo agua; el agua en estado sólido es hielo, pero sigue siendo agua; el agua en estado líquido es río, pero sigue siendo agua. Esto sucede con la Trinidad. Dios es Dios, pero también es Jesús y también es el Espíritu Santo. 

Quizás nos cueste entenderlo, pero cuando leemos los Evangelios y conocemos más lo que hizo Jesús en la tierra, nos damos cuenta que sus obras fueron hechas porque era Dios encarnado. Como dice Juan, el Verbo se hizo carne para vivir entre nosotros. Lo hermoso de esto es que todo lo que hizo Jesús en la tierra, Dios lo puede hacer en la actualidad, porque Él fue el hacedor de esto. 

Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día
Juan 5:6-9| Reina Valera 1960

Jesús realizó una serie de milagros de sanidad mientras estuvo en la tierra, incluso resucitó a algunos que habían fallecido. Los milagros que realizó Jesús no tuvieron límites. No había discriminación sobre a quien sanar, ni en qué momento hacerlo. Incluso, llevándolos a cabo en el día de reposo, un día considerado sagrado para los judíos. Cuando Jesús realizó esto, era Dios actuando en él, era el Dios omnipotente actuando por medio de Él. Si el hacedor era Dios mismo, ¿por qué no va a hacer obras de sanidad en la actualidad? Dios no ha mutado, no ha cambiado, Él sigue siendo el mismo, sigue teniendo el mismo poder. Si Él sigue el mismo ¿no realizará lo mismo que llevó a cabo estando Jesús en la tierra?

Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron
Mateo 27:50-51| Reina Valera 1960

¿Será que nos cuesta creer en el poder de Dios porque ya no está Jesús? Cuando se produce la muerte de Jesús, y Él entrega su espíritu, se produce el rasgado del velo del templo. El templo tenía una tela que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Al Lugar Santísimo sólo podía ingresar el sumo sacerdote una vez al año, en el Día de la expiación, donde se realizaba la ceremonia para perdón de los pecados del pueblo. Si otra persona ingresaba, moría, porque era el lugar donde habitaba la presencia de Dios. En el fondo, la única persona que tenía contacto directo con Dios era el Sumo sacerdote, todos los demás se relacionaban con Dios a través de este mediador. Cuando Jesús fallece, se rompe este velo, abriéndose la posibilidad de que todos, hombres y mujeres, podamos acceder a la presencia del Padre de forma directa. Por lo tanto, ahora podemos ir directamente a hablar con Dios para expresarle lo que necesitamos. 

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado
Hebreos 4:15| Reina Valera 1960

Lo otro maravilloso que surgió de que el Verbo se hiciera carne, y de la rasgadura del velo, es que Jesús atravesó situaciones que nosotros vivimos actualmente. Él puede ponerse en mi lugar cuando yo le hablo de algo. Muchas veces nos sucede que alguien nos cuenta algo y con la mejor intención, le brindamos un consejo, pero como no lo hemos vivido, no podemos dimensionar el sentir del otro. Esto no sucede con Dios. Al encarnarse a través de Jesús, Él ha vivido en carne propia lo que yo vivo, permitiendo que Él me comprenda, que Él entienda lo que estoy atravesando, se apiade de mi vida y actúe con misericordia. 

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